martes, 3 de diciembre de 2013

El mate no es una bebida. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida.
En este país nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse.
El mate provoca exactamente lo contrario que la televisión: te hace conversar si estás con alguien
y te hace pensar cuando estás solo.
Cuando llega alguien a tu casa, la primera frase es “hola” y la segunda “¿unos mates?”.
Esto pasa en todos los hogares, ya sean ricos o pobres.
Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros.
Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian.
Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara.
En verano y en invierno.
Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos; los buenos y los malos.
Cuando tenes un hijo, le empiezas a dar mate cuando te pide.
Se lo das tibiecito, con mucha azúcar y se sienten grandes.
Sentís un orgullo enorme cuando sangre de tu sangre empieza a chupar mate.
Se te sale el corazón del cuerpo.
Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré,
con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón…
Cuando conoces a alguien, lo invitas a compartir unos mates.
La gente pregunta, cuando no hay confianza: “¿dulce o amargo?”. El otro responde: “como tomes vos”.
Los tablados del Uruguay tienen las letras llenas de yerba.
La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas.
Y si un día no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie.
Éste es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular.
Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, SOLOS. No es casualidad. No es porque sí.
El día que un chico pone la caldera al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es que ha descubierto que tiene alma. O está muerto de miedo, o está muerto de amor, o algo: pero no es un día cualquiera.
Ninguno de nosotros nos acordamos del día en que tomamos por primera vez unos mates solos. Pero debe haber sido un día importante para cada uno. Por adentro hay revoluciones.
El sencillo mate es nada más y nada menos que una demostración de valores…
Es la solidaridad de bancar esos mates lavados porque la charla es buena. La charla, no el mate.
Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, vos hablas mientras el otro toma y viceversa.
Es la sinceridad para decir: “¡basta, cambia la yerba!”.
Es el compañerismo hecho momento.
Es la sensibilidad al agua hirviendo.
Es el cariño para preguntar, estúpidamente, “¿está caliente, no?”.
Es la modestia de quien ceba el mejor mate.
Es la generosidad de dar hasta el final.
Es la hospitalidad de la invitación.
Es la justicia de uno por uno.
Es la obligación de decir “gracias”, al menos una vez al día.
Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir.
Ahora vos sabes: un mate no es sólo un mate…
Anónimo_.

El mate; buen compañero!!


No hay nada mas lindo que, un buen mate!!